sábado, 5 de enero de 2008

"Mi amiga" la monja Celina, última parte

La monja me miró con una expresión dura y con una media sonrisa casi cruel dijo:

¡Freddy, tú sabes muy bien lo que le pasa a los mentirosos! ¿verdad?

La miré recordando las cachetadas y con una calma inusual para el momento y sin temor repliqué:

-¡si quiere salir de dudas revise debajo de la carpeta de Celia!

Ante mi respuesta la monja miró a toda la clase y todos la escudriñaban con demasiado interés esperando su reacción, un tanto dubitativa se dirigió a la carpeta de Celia, quién tenía la cara demasiada sonrojada que parecía un tomate a punto de estallar y mirándome con una rabia contenida, yo le devolví la mirada con una sonrisa de satisfacción, al llegar al lugar de la chismosa, la monja Celina rebuscó debajo de la carpeta, se puso rígida como un palo de escoba y saco dos bolsas de chicles de sabor chicha morada, y apretando los dientes le dijo a Celia:

-¿Qué significa esto? ¡Masticando cochinadas en mi clase, no te lo permito!

Regresó a su escritorio con las dos bolsas en la mano y al pasar por mi lugar me miro frunciendo los labios, yo simplemente le devolví la mirada con una media sonrisa de satisfacción, pensando en cuál sería el castigo para Celia la chismosa. Desde su escritorio la monja Celina vio a toda la clase y en voz alta dijo:

¡Voy a dar un castigo ejemplar para que esto no vuelva a suceder!

Se levantó y comenzó a repartir los chicles a toda la clase, todos se quedaron sorprendidos por el detalle, yo más sorprendido aún porque no era el castigo que esperaba le iban a imponer a la chismosa. Cuando uno es niño no entiende muy bien el concepto de la venganza o las revanchas, pero yo tenía mucho rencor acumulado hacia ellas dos, ahora recuerdo ese episodio y no niego que me causa cierto rencor pero también mucha gracia.

Ese fue el gran "castigo" que anuncio la monja para Celia la chismosa, definitivamente no fue lo que yo esperaba pero a Celia si le afectó mucho, porque no dejo en todo el resto de las horas de clase de lanzarme miradas de rencor, y se ponía cada vez más colorada cuando le devolvía las miradas con una sonrisa media burlona, fue su castigo al fin y al cabo.

Del episodio con Celia y sus chicles transcurrió aproximadamente un mes, estaba en uno de los tantos recreos y tocaron la campana de final del recreo, yo jugaba con una rama de pino y me metí a los servicios higiénicos con la rama en la mano, para bajar al baño de niños había que descender unas escaleras, me paré frente al retrete y en un impulso casi inconsciente tiré la rama dentro, inmediatamente escuche a mis espaldas una voz que me dijo:

¡vas a ver te voy a acusar con tu profesora!

Era un niño de un grado superior al mío al cuál conocía solo de vista y él igual a mí, por tanto no sabíamos el nombre uno del otro. En ese instante imaginé a Kiko amenazando al Chavo con acusarlo por alguna travesura que este habría cometido y me causó mucha gracia, y como para poner más dramática la situación por una simple rama continuó:

¡Dime inmediatamente tu nombre y apellido para ir a donde tu maestra!

Tenía 8 años pero no era tan tonto como para decirle: ¡oh si por supuesto, mi nombre es Freddy Zamudio y mi profesora es la monja Celina! ve y acúsame con ella para que me regale otro par de caricias en los cachetes, simplemente lo mire y le dije:

¡Si quieres ve y cuéntale a la directora! porque en este instante me voy a clases, di media vuelta y me fui, imagino que se quedó paralizado con mi respuesta y reaccionó un poco tarde, porque como a los 10 minutos una de las maestras vino a mi clase y le dijo a la monja:

¡Madrecita, dicen que uno de sus niños está inundando el baño!

La monja salió más rápido que alma que lleva el diablo con dirección a los baños, lo que siguió a continuación fue un alboroto comparable solamente con el ruido que hacían las gallinas cuando las perseguíamos para que mi madre las cocinara, las profesoras corrían, una monja bajita y rechoncha tocaba la campana, la directora daba grandes zancadas con dirección a los baños, el portero del colegio corría de un lado para otro y todo el colegio estaba convulsionado queriendo enterarse de la causa del revuelo. A los pocos minutos vimos saliendo a la monja Celina con el brazo derecho pegado al cuerpo, custodiada por unas cuantas profesoras y la directora rumbo al hospital.

Los rumores eran de lo más jocosos y algunos hasta tirados de los pelos, unos decían que no aguantaba las ganas de ir al baño y por apurada rodó por las escaleras, otros decían que se había agarrado a trompadas con una profesora con la que no se llevaba bien y que esta le había aplicado una llave de lucha libre y le había fracturado el brazo, por ahí escuche a unas niñas de sexto grado decir: ¡como es una bruja seguro que se cayó de la escoba mientras se dirigía volando al baño!, unos niños de primer grado aseguraban fervientemente haber visto a la monja jugando fútbol con el portero del colegio, y que la monja se había lastimado el brazo al hacer una chalaca.

La verdad salió a la luz con el transcurso de los días, el niño que quería acusarme pensó que estaba solo y permaneció en el baño buscando una manera de culparme, llenó de papel higiénico el urinario y soltó todas las llaves de los lavamanos con los tapones puestos hasta que estos comenzaron a rebalsar, pero no contaba con que había un niño de segundo grado mirando todo desde una ventana, y este fue donde su maestra y le dijo que el culpable era un niño de tercer grado y no uno de cuarto, ese error provocó que la monja Celina vaya al baño y al entrar resbalara en el piso mojado y se desplomara de costado como un costal de papas, lo que provoco que se fracture la muñeca de la mano derecha, la misma mano con la que me regaló "sus caricias".

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