¡Demonios! Me puse más pálido que
el poto de un fantasma y busque con la mirada a la monja, me miró y estaba
echando humo por las orejas, y los ojos se le querían salir de las órbitas, se acercó
a mi lugar y grito:
¡Eres un mentiroso! ¡Ladrón! ¡Solo los delincuentes hacen eso!
Me tiro un par de soberbias
cachetadas de ida y vuelta, creo que por esos días estaba con la gripe y los
mocos se me fueron de viaje con cada cachetadón, no sé cómo las aguante, la
mire con miedo y con odio, pero no lloré, me daban ganas de pararme y tirarle
un par de patadas en las canillas, pero sabía que si hacía eso no regresaba más
al colegio porque me ganaba una expulsión, así que me contuve, toda la clase me
miraba y yo me moría de vergüenza. Los segundos se hacían eternos, me imaginaba la
cara de mi amigo Pato, de miedo, y pensando si a él también le tocaría su dosis
de cachetadones, pero no le dijeron nada, ni siquiera lo miraron. De pronto la
monja me grito:
¡Fueraaa! ¡Te vas de acá y
no regreses!
Saqué mis cosas y me fui, de
camino a casa pensaba muchas cosas ¿Que diría mi madre? ¿Me correrían del
colegio? Lo que más me preocupaba era lo que diría mi viejo, ese tío sí que era
más duro que el Terminador, sí que nos daba nuestras buenas zurras cada vez que
hacíamos travesuras de consideración.
Llegué a casa y mi madre estaba
en la tienda, me miró sorprendida y le dije que en el colegio habían suspendido
las clases, pero me conocía muy bien y no se tragó el cuento, luego de
cambiarme la estuve ayudando de lo más empeñoso y obediente, entonces me hizo
la pregunta de rigor:
¿Cuéntame que pasó realmente?
Se lo tuve que contar, le dije
que había olvidado hacer la tarea de la lata forrada por haber trabajado con
ella el día anterior, que la monja me había metido un par de cachetadas, etc. Tenía la esperanza de que vaya al colegio y ponga en su lugar a la monja, pero
eso no paso, ella fue a hablar con la monja y le explicó por qué no había hecho
la tarea, pero en ningún momento le recriminó esa actitud hacía mí, la monja le
respondió que vaya al día siguiente llevándole la tarea hecha por mis propias
manos. Aun hasta hoy me causa rencor recordar ese pasaje de mi vida, que mi
madre no haya tenido otra actitud con la monja, al menos le hubiera gritado por
haberme tratado de esa manera, antes los padres aceptaban el hecho de que a sus
hijos les apliquen castigos físicos en el colegio, ahora todos sabemos que es
un delito. Mi hija Lucía es la única que está en el colegio, sus hermanos
Leonardo y Nicolás aún están pequeñitos, sí alguna vez les infieren algún
castigo físico o psicológico, voy al colegio y pongo en su lugar al causante, y
si es varón lo espero a la salida del colegio y le saco todo lo que se llama madre.
Al día siguiente regrese al
colegio con una lata forrada y se la entregué a la monja, me miró con cara de
pocos amigos y me puso 14 de nota, esta vez no pensé nada acerca de la
calificación, me senté en mi lugar pensando en una manera de vengarme de la
monja o de la chismosa de la clase, Celia. La venganza llegó aproximadamente al
mes, ella se sentaba a 2 carpetas detrás de la mía, vi que masticaba un chicle
haciendo bastante ruido, luego otro, y después de unos minutos otro más, debía
de tener varios porque estaba en ese trajín hacia buen rato, así que se me
ocurrió lo único que podía hacer para que la castiguen, usar lo mismo que ella
usó para que la monja me regale "sus caricias", se lo conté,
calmadamente y con una inocencia maligna relamiéndome los labios, dije:
¡Madre, Celia está masticando
chicles hace rato y no deja que me concentre en la clase!
Me imagino que mientras se lo
contaba debo haber parecido esos personajes de caricaturas que dicen sus planes
malignos mientras se frotan las manos, a continuación la monja se paró y
pregunto:
¿Celia, es eso cierto? la
chismosa se puso colorada y por supuesto que lo negó chillando: ¡no
madrecita, el chino es un mentiroso!
1 comentario:
tan interesante la historia y no hay continuación...
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