Aún la recuerdo como si fuera
ayer, y cada vez que lo hago me recorre cierto rencor, pero también me arranca
una sonrisa al recordar las travesuras que hice en la época de la tía esa. A ver, tenía 8 años, y cursaba el tercer grado de la primaria, todo flaquito, mi
peinado con raya al costado izquierdo, como le gustaba a mi viejo, andaba con
mi bolso de cuero, en lugar de mochila o esas maletas James Bond como las que
usaban algunos de mis compañeros, ahora que lo pienso, ese año, 1985, yo ya
usaba ese bolso de cuero que le vimos a Paolo Guerrero ¡¡¡el muy cabrón!!!
Bueno a lo que iba, ese grado designaron de profesora a una de las monjas del
colegio, era usual que las monjas dicten clases, ya que estudie en un colegio
dirigida por viudas de pingüino. La cuestión es que desde el primer día de
clases la monja y yo nos causamos mutuo rechazo, el motivo, hasta ahora no lo
puedo precisar, tal vez me vio la cara de travieso o de alguien que parece
callado pero en realidad analiza mucho antes de actuar, y seguro pensó, ¡este pendejo a mí no me la hace!!! La monja Celina era alta, blanca, una cara de
avispa flaca, unos dedos largos y huesudos, y una expresión dura. Yo le decía
madre a secas, que estupidez, no sé por qué llaman madre a las monjas, ¿acaso
alguna vez parieron y sintieron el dolor que nuestras madres sí? Los demás
compañeros le decían madrecita, más pateros no podían ser.
Un día dejó de tarea para la
casa, fabricar una porta lapiceros con una lata reciclada, había que forrarla
con papel de regalo y bueno dejarla lo más bonita que se pudiera, la tarea
tenía una calificación acorde al empeño que le hubieras puesto. Llegó el día de
presentar la dichosa lata y en la formación de la mañana antes de ingresar a
clases, me di con la ingrata sorpresa de que se me había olvidado por completo,
que joda, el día anterior trabajé en el negocio familiar, ayudando en el horno
de pasteles a limpiar las latas para hornear y otras cosas más. Se me cruzaron
mil y una ideas de cómo salir del apuro, lo peor era que todos tenían sus latas
y yo no, llegamos al salón de clases y yo estaba sudando frío de miedo, ¿qué me
iba a decir la monja? ¿Se lo diría a mi vieja? ¿Mi viejo me daría una zurra? La
cuestión es que me senté en mi carpeta todo preocupado, al costado mío se
sentaba mi amigo Ronald al que le decíamos Pato, por lo parecido de Ronald con
Donald, le conté lo que pasaba y me dijo: ¿qué te parece si yo presento mi lata
y luego te la paso? Le dije -bacán, que buena idea, ¡gracias Pato!
2 comentarios:
hola esta muy bien tu historia tambien el del rio viñas, que me trae recuerdos inolvidables amigo
saludos.
ERASMO PARCO CHAVEZ
Que buena chino..
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